jueves, marzo 04, 2010

Carnaval en Bolivia (Parte 1)

LA LEYENDA DEL CARNAVAL DE 1879

Frecuentemente se lee en la prensa o se escucha en la televisión que Bolivia habría perdido la guerra del Pacífico por el hecho de que el presidente Hilarión Daza no comunicó a sus compatriotas la noticia de la invasión del puerto de Antofagasta. Tal versión Que ya se difundió en el tiempo de Daza por sus enemigos políticos carece de veracidad y en todo caso, magnifica un factor pequeño frente a su responsabilidad mayor por el conflicto.

Las cosas sucedieron de este modo:

Chile invadió Antofagasta el 14 de Febrero de 1879 con 200 soldados en varias embarcaciones. El 90% de la población estaba conformada por chilenos, de manera que la destitución del subprefecto Fidel Lara y el presidente del Ayuntamiento Ladislao Cabrera fue sin efusión de sangre. En realidad no hubo disparos y estas autoridades ordenaron a los pocos bolivianos que vivían allá el repliegue a Calama para armar la resistencia. En efecto, el 19 de Febrero los bolivianos intentan la resistencia en Calama. 135 hombres con 35 rifles Winchester y 30 de otros tipos, incluido en el armamento 32 lanzas. Esta resistencia es vencida por los chilenos y cae inmolado Eduardo Abaroa.

Como ya se conocía de los conflictos que se iban a presentar, el día 13 de Febrero, el gobierno boliviano envió dos notas a las autoridades de Cobija, en la primera, indicando que no podía remitir armamento nuevo y que se hiciera componer y arreglar el existente y en la segunda instruyendo que si se efectuase el desembarco de fuerzas chilenas en Antofagasta o Mejillones, previa una protesta, los bolivianos debían retirarse a Caracoles y Calama. Según Roberto Querejazu Calvo, el día Sábado 22 de Febrero, se inició el Carnaval en la Sede del Gobierno, de manera que las autoridades sabían de lo que sucedía en el Litoral, pero debido a la distancia y la inermidad en que se encontraban resolvieron solo el envío de dichas notas.

Lo importante como señala este historiador no es lo que Daza hizo la noche del Martes 25 de Febrero cuando se anotició ya oficialmente de la invasión chilena, sino lo que debió hacer mucho antes cuando era un secreto a voces que tal invasión iba a producirse. No tomó ninguna medida aparte de mandar a uno de sus ministros al Perú. La noche del Martes de Carnaval, recién Daza hizo conocer a la nación lo que había sucedido y al día siguiente firmó dos decretos, declarando a la patria en peligro y en estado de sitio y por el segundo, concediendo una amnistía amplia para que los exiliados bolivianos volvieran a defender al país.

Daza reunió entonces un ejército de 8.000 hombres con el que partió a Tacna, donde transcurrió 8 largos meses de maniobras y agasajos (pues Perú no disponía de barcos para llevar a la tropa boliviana hacia el sur). Este movimiento de tropa culminó en la retirada a Camarones y el desastre de San Francisco. El ejército destituyó a Daza en Tacna y éste huyo a Europa.

Las razones de la Guerra del Pacífico son muy complejas y se inician con la propia confederación Perú Boliviana, proyecto que es derrotado militarmente por Chile. Tempranamente Chile se dio cuenta del enorme valor económico del desierto de Atacama, y fue una política de Estado apoderarse del mismo, Perú y Bolivia le dieron el gran pretexto con su Tratado de Alianza Defensiva.

Otros factores fueron el caos político en que vivía Bolivia, la intervención de los capitales ingleses interesados en el guano y el salitre en apoyo de Chile y la irresponsabilidad de Daza que en situación tan conflictiva decretó un impuesto de 10 centavos al quintal de salitre exportado por una compañía chilena.

NUESTRO EMBLEMÁTICO CH’UTA CH’UKUTA

Mas tarde, con ese mismo atuendo, pero como la danza de los Ch’utas, se iniciaría otra etapa en la que este personaje baila festejando la Anata, fiesta andina, junto con la fiesta del carnaval. Desde entonces, serpenteantes columnas de Ch’utas participan en el Entierro del Pepino y la Tradicional Entrada de Domingo de Tentación, subiendo por el Cementerio rumbo al Tejar.

Los Ch’utas, son más antiguos que el Pepino mismo, su danza festeja las primeras cosechas en el Altiplano, tiempo lluvia y fertilidad, que coincide con los primeros meses del año, de ahí su vestimenta tan colorida, con la presencia de la flor de la papa, bordada en diferentes colores; este personaje representa a los espíritus que protegen y velan para que la recolección de productos sea abundante, por eso su máscara, casi transparente, confeccionada en malla milimétrica.

El Ch’uta baila también en Navidad, Semana Santa y en la fiesta del Espíritu Santo, en Mayo, por que es un mismo tiempo, dentro del calendario agrícola.

Su indumentaria se remonta a la época del pongueaje, cuando los hacendados mandaban a su servidumbre a la ciudad, para comercializar sus productos, éstos se instalaron en los mercados populares circundantes a la “hoyada”, en la zona del Cementerio y aledañas y rápidamente su vestimenta fue adaptada para el baile, de los pantalones de bayeta de tierra a otros más coloridos tipo colán, al igual que su chaleco, solo mantuvieron las “abarcas” y el “ll’uchu”.

En la actualidad, importantes Comparsas de Ch’utas se organizan, para el Carnaval, fiesta que hoy en día se constituye en una importante actividad comercial, principalmente para los artesanos bordadores, que dedican parte del año para la confección de sus trajes, tan coloridos como los clásicos, de Bolívar y Strongest, establecidos por Mateo Callisaya, conocido folklorista, así como los representativos de las diferentes Comparsas.

Un Ch’uta de peso es aquel que tiene dos simpáticas cholitas, a eso se debe el mote de “Ch’uta cholero” impuesto por don Héctor Quisbert, de Bordados “El Chasqui”. Siempre baila bien acompañado, ya sea por las lindas “Palomitas Blancas” o sus “Lindas joyitas de 24 kilates”; galán consumado, se las ingenia para ir tras las más jovencitas, cantándoles en aymara, dulces versos al oído, con esa característica voz fingida, que la usa para ocultar su picardía.

La industria fonográfica tampoco deja pasar esta oportunidad para lanzar los últimos “hits” en ritmo de huayño dulce. Los éxitos del momento se dejan oír en las radioemisoras desde el mes de Diciembre de la mano de importantes Bandas de música como la de Juanito y sus Ases del Compás, o los Raymis Gallardos, cotizados en nuestro medio y fuera de él.

En Domingo de Tentación estarán participando en la zona del Cementerio General, a partir del medio día, iniciando su recorrido en la Plaza Garita de Lima con rumbo al Tejar, donde enterrarán al Pepino, en el cortejo participarán los Ch’utas Siempre Aljeris, Coquetos, Maquineros y los Papis con sus lindas Mamis “cero kilómetros”, que no se dejarán intimidar por las “Verdaderas Holandesas”; junto a muchas otras Comparsas que vienen desde las más variadas localidades del Departamento de La Paz, como Caquiaviri y Copacabana.

La Asociación de Comparsas del Carnaval Paceño, invita a todo el pueblo paceño a participar de esta fiesta que renace, para que juntos tengamos la alegría de sentir y vivir el Carnaval Ch’ukuta 2008.

UN CUENTO DE CARNAVAL

Vestía traje formal, elegante gabardina y un paraguas bajo el brazo —por si le “pescaba” la lluvia—. En la puerta de calle le esperaba su abnegada esposa junto a su prole: cuatro pequeños, de quienes se despidió presuroso, aunque al mismo tiempo con un tierno beso. Ayúdame con éste maletín que contiene mi vida, le recomendó a Alejandro, el menor de sus hijos. No podía llegar tarde a su cita de todos los años. Complaciente como él sólo y hasta con una sonrisa cómplice, Alejandro le siguió el juego. Sólo vamos hasta la esquina, —le recalcó a su madre— a esperar el taxi.

Don Miguel y su familia vivían en una zona tradicional de nuestro Chukiago Marka, de esas que celosamente guardan las costumbres paceñas que han sido transmitidas de generación en generación por sus antepasados.

Afuera, aproximadamente a dos cuadras de distancia, en aquel callejón angosto y vacío, Don Miguel y su pequeño hijo, se afanaban en abrir aquel viejo y empolvado maletín; de prisa, de prisa, —le recomendó nerviosamente el padre— que nadie nos vea.

Había que ver los ojos del pequeño Alejandro cuando de la valija, el autor de sus días comenzó a desempacar unos zapatos bastante envejecidos, junto a unos guantes blancos y un “chorizo” especial, —de esos que hacen doler a “conciencia” cuando golpean en la nuca—; dos amplios bolsones, a los que llenó con harina y mixtura; el primero era para embromar a los más “huasos y hualaychos”, mientras que el segundo estaba reservado para los más chiquilines, o para arrojar un puñado a alguna simpática cholita (el Pepino siempre ha sido un conquistador sin remedio); después un arrugado y bullicioso disfraz de Pepino de colores intensos con cascabeles cosidos por todos lados.

Del fondo, y para completar la transformación, consiguió una graciosa máscara hecha de papel “maché”, que tenía una mueca que daba risa con sólo verla. Don Miguel se había convertido en el personaje más popular y querido del Carnaval paceño.


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Si bien en sus inicios, durante la época colonial, el Pepino Paceño, —extraña mezcolanza de “Kusillo” andino y Pierrot— aún no era bien recibido en los altos círculos de la sociedad de aquel entonces, poco a poco, y gracias a su carácter fresco y risueño, fue constituyéndose hasta nuestros días en el personaje infaltable del Carnaval, llegando a convertirse en el principal personaje de estas fechas.

Simpático, bonachón y cholero, cualidades innatas en él; se deja distinguir por el ruidoso sonar de campanillas, cosidas en las puntas de sus puños, además de una inigualable voz atiplada, aunque sin duda, se lo recordará siempre por el feroz golpe de su “matasuegras”.

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Ya en acción, nuestro Pepino apareció en la esquina del barrio, en su descenso provocaba a medio mundo, —principalmente a las cholitas— quienes todavía no salían de su asombro. “¿Quién eres, quién eres?” le preguntaban, cubriéndose sus cabezas, sin imaginarse que quien las trataba, era nada menos que aquel caballero tan serio y amable que les saludaba todas las mañanas con un: “buen día caserita”, era nada menos que Don Miguel, que al rato se despidió de ellas, no sin antes enrollarles un paquete de serpentinas y marearlas de tanto correr, tratando de huir de un puñado de mixtura o el “inocente” golpe con su chorizo.

Más tarde, el turno le tocaría a los más ch’itis del barrio: “Pepino, chorizo, sin calzón”, “chauchita, chauchita”, les canturreaba con su voz fingida de Pepino, lanzándoles al viento algunas monedas, que acrecentaban el bullicio.

El Pepino les lanzó al aire unos cuantos pesos, y todos, como enseñados, se echaron al suelo a recoger lo que podían, a cambio, obviamente recibían golpes y más golpes del Pepino.

Al igual que la jocosa mueca de su careta, el Pepino reía y reía por dentro, mientras les pegaba con su chorizo; era el precio que cobraba por aquellas monedas, sin darse cuenta hasta ese momento que el más magullado en ese afán había sido su propio hijo, quien al haberle acompañado por todo aquel circuito, no se había resistido a la idea de ganarse fácilmente unos cuantos pesos, para comprarse una bolsita de globos, o muchas tiras de cohetillos.
Ese momento el Pepino se le acercó al jovencito, a quien disimuladamente lo levantó y le sacudió la ropa llena de tierra, no sin antes darle una lacónica advertencia: “No vayas a decirle a tu mamá”.

Y así seguía aquel bufón criollo toda la mañana, repartiendo harina, mixtura y golpes por doquier. “Quien es ese Pepino, quién es”, decían los infortunados vecinos, víctimas de la algarabía de aquel personaje, entre dos o más vecinos trataron de agarrarlo, descubrirle el rostro, queriendo saber de quien se trataba; en el fondo ellos también se divirtieron; será porque todos tenemos un Pepino por dentro que surge en éstas fiestas. Para olvidar las penas.


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En los días de Carnaval, el Pepino se constituye en el Rey supremo de la fiesta. Cumpliendo una ajetreada agenda de presentaciones, se lo encuentra en los mercados, ch’allando al lado de sus cholitas sus puestos de venta, envolviéndoles con serpentinas y bailando una “cuequita” paceña; compartiendo con los niños y “chauchitando” unas cuantas monedas al son de “Pepino, chorizo, sin calzón”; y combatiendo en las calles en desigualdad numérica, pero con mucha valentía, contra decenas de jóvenes armados con globos y chisguetes, aunque en contrapartida sus únicas armas con que cuenta para defenderse son: su “matasuegras” y gran cantidad de harina. Así es, hasta nuestros días el Pepino, habitante de ésta hoyada que reparte alegría al por mayor, ya sea solitario o en patota.

La simple, pero atractiva vestimenta del Pepino, consiste en un mameluco a cuadros, confeccionado con tela de charmé, en dos elegantes colores muy bien combinados, un largo cuello de tul blanco, una careta con expresivas muecas de alegría y un largo chorizo, que no es mas que un trozo de tela rellenado con trapos, o en su lugar el no menos doloroso “matasuegras”, hecho de cartón prensado, objetos que usa para golpear a todo quien se cruce en su camino.

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Ya al terminar la tarde, envuelto en serpentinas y con varias cervecitas encima, el Pepino ha quedado exhausto, aunque todavía manteniendo su buen humor. Cantando coplas del Carnaval, o algún “huayñito”. De retorno a su hogar, su ejemplar esposa fue la que salió a recibirle, lamentablemente ni bien abrió la puerta de calle se encontró con un espectáculo que era la constante de cada año. “Borracho, estás borracho, otra vez borracho”, le reprendió como a un jovenzuelo; aunque el Pepino, sin notar aquel frío recibimiento, se metió en la casa bailando sin pausa hasta caer rendido en su lecho, no era para menos, ha estado festejando durante todo el día.

A la mañana siguiente asistirá junto a varios compañeros de la oficina y del barrio, a la Tradicional Entrada de Carnaval Ch’ukuta. El Municipio paceño antiguamente fomentaba la participación de la ciudadanía en esa Entrada que reafirma una tradición Ch’ukuta, que no pierde vigencia a pesar de los años, y los cambios, siendo un emblema de los habitantes de nuestra querida hoyada.


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En la Entrada del Domingo de Carnaval, interminables Comparsas de Pepinos colman las serpenteantes calles por donde pasa aquel desfile bullanguero, que se inicia en la Estación Central, Avenida Kennedy, y recorre las calles, angostas, añejas, que guardan una carga de valor costumbrista incomparable, desde siempre, escenario de ésta entusiasta manifestación.

Al Pepino no siempre le han dado el valor que nuestra tradición le ha impuesto. En la Dictadura de los setentas, el Carnaval y sus principales expresiones estaban proscritos. Al alcalde de turno se le ocurrió que la gente debía trabajar más y regocijarse menos.

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Pasados los humos del alcohol, a la mañana siguiente despertó nuestro personaje, recuperándose poco a poco de su letargo. Era hora de continuar la juerga.

Sin embargo, por reflejo, sus ojos se abrieron como nunca, no lograba hallar por ninguna parte su inseparable disfraz de Pepino, ni su apreciada careta sonriente, “dónde está, qué le ha pasado”, ¿lo habrá dejado en alguna cantina del barrio?, pensó; en eso, el pequeñín, cómplice de sus andanzas se le acercó sigilosamente y le contó la desgracia. Fue obra de su mamá, quien cansada de aquel espectáculo de todos los años, de verle incomodar sin pausa a sus vecinos, y a ella, no lo pensó dos veces y se deshizo de su principal motivación. La careta de Pepino yacía partida en dos, tirada en aquel callejón de la esquina, testigo de sus transformaciones.

A Don Miguel no le quedaba más que llorar amargamente su infortunio, junto a todos sus hijos, que lloraban con él. “Qué has hecho hija”, le preguntó a su señora, aunque ella también lloraba arrepentida. “Perdoname viejo”, le atinó a decir irremediablemente. Seguramente en el fondo no quiso hacerlo, pero fue arrastrada por las circunstancias. El Carnaval ya no será igual, ahora ya nada será igual. A Don Miguelito le habían quitado parte de su personalidad, parte de su vida.

No importa papito le consoló el menorcito, ya veremos la manera de componerla. Pero ya no se pudo. Pasaron muchos Carnavales, pero desde entonces la vida cambió para Don Miguel, ya no bailó más, se tornó más serio, menos motivado.

Aquel recuerdo ha quedado grabado para siempre en la memoria de sus hijos, quienes ahora adultos, recuerdan aquel pasaje de sus vidas, imposible de borrar.

Sin embargo, el alma entusiasta y alegre de Don Miguel no se ha vencido ante el destino y renace cada año en estas fechas, aquel espíritu jovial y desenfadado se puede apreciar hoy en día en sus nietos, y por qué no decirlo en miles de miles de hijos y nietos que comparten esta tradición como un justo homenaje. Eso se lleva en la sangre, no se pierde fácilmente.


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Hoy en día, ese Pepino que vive en el subconsciente de cada uno de nosotros, espera con ansias la llegada del Carnaval, para dar rienda suelta a una alegría guardada durante un año. Los paceños también nos aprestamos a desempolvar y planchar nuestros viejos pepinos, un poco arrugados y algo desteñidos tal vez, pero todo un símbolo paceño, para salir bailando por las callecitas de nuestra querida ciudad al ritmo de: “Pepino, chorizo, sin calzón”. No permitamos que se apague nuestro Carnaval.

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